martes, 17 de noviembre de 2009


¿Y acaso está mal que conociendo
prácticamente nada de vos te haya entregado
gran parte de lo que soy?
No puedo aún creer lo que pasó,
es que no lo imaginaba siquiera...
O tal vez lo imaginé dormida...
Me pegué a tu cuerpo sin que te dieras cuenta,
disimulando besarte los hombros,
para sentir el olor que llevabas,
para incorporarlo a mis pulmones.
Lo hice una vez
y tuve que repetir el acto
de acuerdo a lo que mi mente me pedía,
pero demasiado no fue suficiente,
no me alcanzó,
me llenó y no me llenó.
¿Cómo explicar coherentemente
lo que sentí cuando dejaste caer
tu cuerpo sobre el mío?
Ese miedo a que nos encuentren
lo volvió todo más excitante
y de pronto me encontré
moviéndome a tu mismo ritmo,
no pudiendo parar,
sin pensar en nada más que en vos,
en tu pelo que caía sobre mi pecho,
en tus ojos que me miraban...
Algo nos detuvo,
y comenzamos a soltar carcajadas
de complicidad abrazándonos
como si no quisiéramos dejarnos ir...
Precisamente en el momento
en que pensé que había terminado todo,
me hiciste entender con una sonrisa
que deseabas tenerme una vez más,
y yo, que aún no te conozco,
no pude resistirme a que adhirieras
tu boca a la mía,
tus pechos, tu vientre
y cada pulgada de tu ser
al mío.
Hice que agarraras mis manos
para que tu cuerpo produzca
más fuerza sobre el mío,
pero antes abriste enérgicamente
mis piernas y te posaste
nuevamente entre ellas.
Aumentabas la velocidad de tus ganas
acorde aumentaban mis gemidos,
y sentía que perdía el control
sobre mi mente y mis actos,
porque ya no importaba
si alguien nos veía
o nos escuchaba:
yo sólo quería que me hagas de vos.
Entonces continuaste sacudiéndote
sobre mí,
continuaste haciéndolo hasta
hacerme tocar el éxtasis
con la punta de mis dedos,
una y otra vez...